Entrevista a Santiago Becerril: “En el momento que piso la pasarela del barco, me transformo. Es donde estoy bien”.

Santiago Becerril es de Zaragoza y como buen maño le encanta Cambrils. Pasa la mayor parte del tiempo aquí. Es habitual verlo trabajar en su barco, al que mima con cariño. Este 2025 cumplirá 30 años como socio del Club Nàutic Cambrils, aunque fue hace muchos más cuando trajo su primer barco.

¿Siempre ha vivido en Zaragoza?

Sí. Desde que nací allí hace 83 años. No me he movido porque es donde he trabajado. He tenido bastantes empresas. De las últimas fue una pista de karting. Kartódromo Aragón se llamaba. La abrí en 1983. Era la mejor de Europa, la más grande en su momento. Rápida, ancha, moderna. Se juntaban todos a entrenar en mi pista. Se cesó la actividad en 2004. El Ayuntamiento me compró los terrenos.

¿Cómo vino a parar a Cambrils?

Fue cuando me casé. A mi mujer la conocí que ella tenía 11 años y yo 15. Éramos vecinos. Y desde entonces juntos. Nos casamos que yo tenía 25 años. Llevo 60 años casado, llevo ya las bodas de oro, de plata, de aluminio, de chatarra, (ríe). Tenemos dos hijas y un hijo y seis nietos, dos de cada uno, y una biznieta.

Cuando nos casamos vinimos con unos primos a Tarragona. Yo nunca había visto el mar.

Me llevaron con los ojos vendados al balcón del Mediterráneo. Me los destaparon y dije: “¡Ostras, esto es más grande que el Ebro!”.

Vinimos a Cambrils de vista. Y me gustó mucho.  

¿Decidió entonces tener su segunda residencia aquí?

Sí, después de dos años viniendo a veranear alquilando un apartamento, me enamoré definitivamente de Cambrils y compramos un piso.

¿Y el barco?

Yo era pescador de río en Zaragoza. Y decidí pescar aquí también. Me compré mi primer barco en el año 1975, Sanmavi (Santiago, Maria y Victoria, mis hijos). Era fue una fueraborda de la marca Glastron. Me saqué mi primer título náutico en Zaragoza.

He tenido varios después de este. Ahora tengo uno que se llama Mimicos. Es porque una nieta mía un día se puso a llorar porque quería mimicos. Estábamos buscando nombre al barco y me hizo gracia.

Y trajo el barco al Club Nàutic Cambrils.

Sí. Vine y estaba un tal Alberto de jefe del puerto. Le pregunté si podía atar el barco aquí. Me respondió: “Por supuesto, póngalo ahí”. Y yo: “Con la cuerda, ¿verdad? ¿Cuánto tengo que pagar?”. “La voluntad”, me respondió. Y le di 300 pesetas. No me preguntes qué cené anoche, pero de esto me acuerdo perfectamente.

¿Navegaba con toda la familia?

Sí, aunque no íbamos muy lejos. He sido muy prudente, la responsabilidad es mía. Se divierten más marchándonos a bañar. Cuando vienen los nietos, abandono la pesca, lo abandono todo por ellos. Son lo que más me tira. Es lo más grande que hay. Y me encanta que disfruten en el barco.

¿A su edad sigue saliendo a navegar solo?

Sí. Voy bajando. Vengo a dar vueltas. Mi vicio es Cambrils. Vengo con la mujer o solo. Cuando vengo solo casi siempre duermo en el barco. Aviso a mi mujer que me vengo a Cambrils cuando estoy por Lérida, que a ella no le va bien nunca bajar. Bajo a darme unas vueltas.

¿Por qué le gusta tanto?

En el momento que piso la pasarela del barco, me transformo. Tengo todas las comodidades en pequeño. Tengo lo suficiente. Es donde estoy bien.

Cuando le vemos, siempre está haciendo algo en el barco.

Lo cuido mucho. Ahora le han hecho los fondos, me los han arreglado. La mecánica le la hago yo, me gusta. Donde no llego yo, llamo al mecánico. Me entretengo.

¿Por qué recomendaría el Club Nàutic Cambrils?

Ha cambiado mucho. En el Club ahora hay una disciplina que no había. Antes el Club era para media docena de personas y había chanchullos. Ahora está todo bien, yo estoy encantado y muy cómodo en él. Para mí es de los mejores clubes de la costa catalana.