Entrevista a Lluís Jordi: “Me gusta navegar porque empecé jovencito. Lo mantendré hasta que pueda”

Lluís Jordi cumplirá dos décadas como socio del Club Nàutic Cambrils el próximo mes de noviembre. 20 años en los que no ha dejado de aprovechar el mar. Nacido en Tarragona, en pocos días cumple 77 años y espera seguir a unos cuantos más manteniendo su pasión por la náutica.

¿Cómo empezó su contacto con el mar?

Recuerdo que mi madre, con mis hermanas, cogíamos el autobús y íbamos a la playa del Serrallo. Mi padre era socio del Club Nàutic de Tarragona. A los 13 años me hice socio infantil. Tenía amigos que iban mucho al Club. Allí había dos snipes. Los jueves por la tarde, que no había escuela, cogíamos el Esquitx, uno de los dos, que era un barco pesado, que hacía agua, con velas de algodón… con aquello salíamos solos. Cuando volvíamos, el contramaestre, Pepe Lleganya, nos reñía si hacíamos el loco. Así empecé.

¿Cómo aprendió a navegar?

Fue con Tomàs Forteza, propietario de la embarcación Vent de Dalt. Los fines de semana salíamos a navegar de forma informal. Así nació la escuela de marinería. Medios para navegar había poquísimos y no había embarcaciones para todos. A veces era más cultura náutica que de navegación.

¿Cuándo se compró la primera embarcación?

A los 18 años. Un vaurien, con mi padre. Se llamaba Drac. Mi tripulante era Joan Llort, que llegó a ir a las Olimpiadas de Munich en 1972 y es, además, cuñado mío. Lluís Corbella, padre de la navegante Anna Corbella, también es cuñado mío. Una familia bastante náutica, somos.

Empezó a hacer regatas muy pronto.

Sí, porque en Tarragona había mucho ambiente de regatas. Teníamos tres flotas, las de las pulgas, snipes y vauriens. Con los snipes se hacía una regata nacional en Valencia. Nos sirvió a los jóvenes para ir tomando la técnica, astucias, reglas…

Siguió evolucionando con las embarcaciones.

Sí. Después del vaurien tuve un Supermistral. Se llamaba Nauta, le conservé el nombre. De los primeros que se construyeron de fibra de vidrio. De algo más de ocho metros. Llevaba un motor fuera borda, muy práctico.

Luego lo vendí y me compré un Puma 26. Le puse Drac.

¿Navegaba en familia?

Pues mira, mi hijo Xavier tiene una afición loca por los animales desde pequeño. Ahora es veterinario y cuando era pequeño íbamos mucho a pescar. Mi esposa es de Ribes de Fresser. Su padre era Guardia Civil y a los 16 años se afincaron en Tarragona. Era amiga de mi hermana y nos conocimos a través de ella. Navegaba bastante conmigo al principio. He hecho regatas con ella. Pero cuando tuvimos hijos consideró que tenía que dar preferencia a los hijos y a mí me dejó hacer la mía. Cuando se hicieron mayores los hijos, fue una frustración constante porque siempre había otros planes. El puma 26 es de reducida habitabilidad. Además, planificaba las vacaciones y se desgarraba todo, fue un fracaso. (risas)

Entonces lo vendió.

Sí. Con el dinero del Puma 26 pagué la entrada del piso en el que vivimos. Pero yo quería seguir navegando y me compré un patín catalán. En aquella época me hice socio del Club Vela Platja Llarga, antes llamado Marítim de Tarragona. Incluso fui presidente. También seguía siendo socio del Club Nàutic de Tarragona, pero sin amarre, que lo vendí cuando vendí el Puma 26. El patín lo tuve cuatro o cinco años. Lo disfruté mucho. Tiene una dificultad que me gusta porque no tiene timón. Es muy veloz y cuando le coges el truco, es sensacional, es un fantástico invento.

Y después del patín, volvió al crucero.

Sí. Con los años nos rehicimos económicamente. Me vendí el patín y me di de baja del Club de Vela Platja Llarga. Mi amigo Joan Lluís Anguela me dijo que en Cambrils había un suizo que se vendía la embarcación más el amarre. Era un pack muy económico. Era un chollo y compré las dos cosas. El barco que me compré era un Beneteau Idylle de 11 metros y medio del año 1981. Se llamaba Joia.

Ya no regresó a Tarragona

No, vi que en el Club Nàutic Cambrils tenía ventajas. Como puerto, ambiente, viento… En Tarragona hay unas calmas tremendas. Cuando hay mistral, aquí puedes navegar. Y me hice socio hace veinte años. He sido tesorero en una de las anteriores Juntas Directivas.

Del Club Nàutic de Tarragona me di de baja hace seis años, puesto que tenía una vinculación afectiva.

Las regatas de Cambrils las hace todas

Sí, porque siempre he sido muy regatista. Después del Joia, estuve tres o cuatro años sin barco. Y después compré el Moana, que significa mar profundo, hace seis años. Un Jeanneau Sunfast 3200 en la Bretaña francesa. Lo elegí porque está diseñado para una regata que se hace cada dos años en Francia, la Transquadra, por solitarios y A2. Es decir, para tripulación reducida y ha sido un acierto.

¿Le queda mucho por navegar?

Duele decirlo. Físicamente vas perdiendo vigor, aunque me cuido, yo. Todos los días voy a nadar una hora por la mañana. Lo mantendré hasta que pueda. Me gusta navegar porque empecé jovencito. Y Tomàs Forteza sabía transmitir a los niños su adoración por el mar, algo mítico. Cuando tengo tiempo leo muchos libros de finales del siglo XIX, inicios del XX. Quedas estremecido de la dureza de la navegación en aquella época.

¿Cómo ve el momento actual del Club Nàutic Cambrils?

Este club tiene un historial con altibajos y ahora vive un momento interesante. La actual Junta Directiva ha actuado con mucha prudencia. Además, tuvo la casualidad de que llegó la pandemia. Ha sabido pasarla de forma remarcable, aguantando la crítica y la presión.

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