Entrevista a Mario Trelles: “Al mar no le tengo miedo, pero sí respeto”

Mario Trelles nació en Piura, Perú, en 1946. 27 años después se hacía socio del Club Nàutic Cambrils. Exactamente hace 50 años. Era muy joven pero una vida llena de aprendizajes donde no está ausente el destino, lo trajeron hasta Cambrils y aquí vive desde entonces. Aunque era un apasionado del esquí náutico, deporte que hace años que no practica, sigue muy pendiente en la actualidad del CNCB.

Hace 61 años que se marchó de Perú.

Mis padres me aconsejaban que estudiara medicina en coincidencia con las directrices de la orientación profesional que forma parte de los estudios del high school en Perú. El viaje lo hice rumbo a Alemania en un transatlántico. A bordo, donde estuve un mes y medio, lo pasé muy bien y me dio la oportunidad de identificar la realidad de muchos países de Latinoamérica.

Su destino era Alemania pero se bajó antes.

Cuando la travesía tocó puerto en Barcelona sentí que podría ser director de mis actos. Desembarqué y puse rumbo a Valencia, donde inicié los estudios de medicina. No obstante, después de los primeros años de estudio, me trasladé a Barcelona para finalizar la carrera.

Hizo un parón.

Sí. Durante unas vacaciones, viendo mundo, tuve una crisis vocacional. Era 1968 y para resolver el impase de la autoridad paterna, que entendió bien que había de darme un tiempo para que mi pensamiento discerniera y acabara de entender la vida con mis propios medios, acabé en Paris y después en Berlín haciendo de “pintor de brocha gorda”. Ese tiempo fue suficiente para la reflexión y para “aclararme la cabeza”, llena de inquietudes, y volver a mis cometidos primeros. Entonces volví a Barcelona para acabar la carrera.  

¿Fue cuando conoció a su mujer?

Sí, en Barcelona. Teníamos ambos 23 años. Ella es de Noruega y vivía cerca del mar, ya que pertenecía a una familia de armadores. Creo que ese ambiente desarrolló y afianzó en mí, y más viniendo de una parte del Perú donde el desierto es el paisaje, el atractivo por lo diferente, estar cerca de la costa.

¿Por qué acabó en Cambrils?

Fue poco después de finalizar medicina. Un compañero de carrera cogió una oferta de trabajo del tablón de anuncios. Era para sustituir a uno de los médicos de Cambrils, el doctor Pascual. Con él pude descubrir que no era lo mismo la teoría que la práctica. Recuerdo que después de la entrevista de trabajo que mantuvimos, su esposa, doña Flor, me recomendó que para volver a Barcelona con mi coche, pasara antes por el puerto. Recorrí la playa y la fachada marítima. Antes de terminar ya me “enganchado” a las particularidades del paisaje marinero de Cambrils.

¿Y aceptó el puesto de trabajo?

Sí. Dentro del protocolo y política de respeto a los médicos sénior en ejercicio, primero estuve en casa del doctor Mestres, el segundo médico del pueblo, aprendiendo de él. Tanto del doctor Pascual como del doctor Mestres aprendí que, de la medicina practicada en los pueblos, como médico tienes que estar siempre dispuesto a tus pacientes, sin importar horarios. Además, de esa primera época recuerdo con cariño la amabilidad de la gente de Cambrils y de las familias que de corazón me dieron su amistad.  

De hecho, gracias a ello, es socio del Club Nàutic Cambrils.

En aquel entonces los socios no eran muchos y uno de ellos, mi amigo Besora y su mujer, Maria Mallafré, farmacéutica, me introdujeron en el Club, institución que era muy representativa de Cambrils. Me hice socio sin tener barco porque me atrajo su ambiente.

Estaba entonces totalmente establecido en Cambrils.

Sí. Con el paso del tiempo abrí una consulta privada. Al mismo tiempo me sacaba la especialidad de cirugía general y cirugía plástica en Barcelona. No era fácil ir y volver cada día por las condiciones de las carreteras de entonces, pero merecía la pena.  

En 1983 inauguré el Instituto Médico de Vilafortuny, que eran las oficinas de Rumasa, de Ruiz Mateos. Y ahí he estado hasta que me he jubilado.

¿Cómo comienza su pasión por el esquí náutico?

Por los viajes a Noruega. Allí las aguas del mar en los fiordos, de donde procede mi mujer, son tranquilas y acarician las piedras escarpadas de las montañas dándole silueta a las mangas del mar. Esos parajes invitan a la práctica del esquí náutico. Comencé a practicarlo asiduamente. De hecho, cuando ya vivía en Vilafortuny, cada día, invierno y verano, esquiaba junto a un amigo a primera hora de la mañana, cuando todavía estaba oscuro. Íbamos hasta Salou. Al volver iba corriendo des de la playa hasta casa para después ir a trabajar.

En 50 años ha visto muchos cambios en el Club Nàutic Cambrils.

He visto de la nada a todo. Considero que es una institución dentro de Cambrils. Es diferente en todos los clubes náuticos que conozco. Tiene unas características muy atractivas, existe un ambiente muy bonito y una atención al socio muy buena. Además, no es un club masivo y ha sabido interpretarse los deseos de los socios.

¿Por qué dejó de esquiar?

Porque no se sabe qué será del futuro. Ya se conoce que quien tiene barco y esquía, requiere de tiempo y práctica si quiere ir a más. El coraje cuenta mucho para continuar cuando ya no tienes capacidad. Admiro mucho a los marineros de cualquier práctica a los que el tiempo no les detiene. A pesar de ello, continuo teniendo el amarre, cedido al Club.

¿Echa de menos navegar?

Por mí mismo no. Nunca me ha atraído hacer de capitán. Al mar no le tengo miedo, pero sí respeto. Pero si me dijeran: “¿Te apuntas a esquiar de aquí a …?”, estoy seguro que se me metería el gusanillo del dilema, aunque creo que vencería la prudencia de saber de mis limitaciones. En este deporte tienes que estar muy pendiente de tu propio control y ahora mi cabeza y mi cuerpo están en otro lugar. Pero esquiar fue muy bonito.

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